La historia de un pueblo la escriben sus gentes con su trabajo, sus costumbres y sobre el trazo que marcan los lazos culturales. La caligrafía, paradójicamente, se vuelve muchas veces más limpia y nítida cuando la mano que sujeta la pluma lo hace desde la distancia, desde la cercana lejanía de la nostalgia. Las Cuencas están viendo como muchos de sus jóvenes se ven obligados a emigrar en busca de las oportunidades que se les niegan en casa, como otros tuvieron que hacerlo antes. Muy pocos como el cantante Víctor Manuel San José han logrado expresar el sentimiento colectivo de los valles mineros que lo vieron nacer con los primeros bochornos del verano de 1947. Su presencia en las páginas de la edición de las Cuencas de La NUEVA ESPAÑA ha sido una constante a lo largo de los últimos veinte años. Su ejemplo demuestra que irse no es sinónimo de estar ausente. Al igual que ahora miles de jóvenes, el nieto del viejo picador de boina calada y eterno pitillo entre los labios siempre encuentra cobijo a la hora del regreso.

"Es una lástima que tanta gente joven bien formada se tenga que marchar. En Mieres nos faltan muchos miles de habitantes y posiblemente ya no seamos la ciudad bulliciosa de antaño, pero desde arriba, desde los montes, el paisaje sigue siendo el mismo, con su luz lechosa de siempre". Hace dos décadas, cuando la edición de las Cuencas de este diario empezó a gatear, el cantautor ya hacía tiempo que gozaba de un reconocimiento generalizado. De hecho, su mayor baño de multitudes en Mieres se lo dio en el año 1990 cuando, coincidiendo con la romería de Los Mártires y su nombramiento como "hijo predilecto" del concejo, llevó a más de 30.000 personas al valle de Cuna y Cenera. Es un recuerdo que sigue aún vivo, porque "fue un concierto muy especial, algo increíble y muy emotivo". Aquel día revivió su niñez jugando en los prados de la ladera de Seana y bebiendo la leche recién ordeñada que la regalaba su vecina Carmina.

La casa en la que nació Víctor Manuel sigue en pie muy cerca del puente La Perra. Su madre estaba decidida a llamarle Víctor, como su abuelo minero, pero su tía, que ejerció de comadrona, le quiso dar más realce. "Propuso que me llamasen Víctor Manuel, como el rey de Italia, y así quedó". El hecho de que compartiera nombre con el monarca que acabó con los Estados Pontificios no impidió que el futuro artista hiciera en su juventud alianzas con la Iglesia. "De chavales formamos un club llamado 'La Cucaracha' y buscamos un local para reunirnos, poner música y montar guateques. El cura de San Juan , Nicanor, nos ofreció un bajo en la casa parroquial y nos puso como única condición que lo limpiáramos. Lo dejamos como una patena, pero pronto la gente biempensante empezó a criticar que entrasen chicas". Fue entonces cuando el párroco salió el defensa de Víctor Manuel y su grupo de amigos: "Llegó el cabo Blanco, un famoso Guardia Civil, y dijo que iba a cerrar el local, pero Nicanor se enfrentó a él y le advirtió que si ponía una candado lo rompería en cuanto se fuese". Cada navidad los integrantes de La Cucaracha siguen reuniéndose en Mieres para revivir aquellos años de amistad: "Vamos quedando menos, cosas del tiempo, de los 48 ya faltan una docena", lamenta Víctor Manuel.

El cantante mierense tuvo una gran pasión juvenil antes de que la música lo arrastrase fuera de Asturias: "El fútbol era mi gran afición. Empecé a jugar en Oñón y después hice una prueba con el Caudal juvenil. Aquella tarde jugué muy bien y me eligieron". El visto bueno no se lo dio un cualquiera, sino Goyín, el mítico jugador del Caudal Deportivo y del Oviedo. Ya en el equipo blanquinegro, coincidió con Tati Valdés: "Ambos éramos centrocampista, pero Tati jugaba con el resto del equipo a hombros. Era un fenómeno".

Mientras hacía de escudero de Tati Valdés en la medular del juvenil del Caudal, Víctor Manuel escuchaba programas musicales en la radio. "Me gustaba mucho Leny Escudero, un español que vivía en Francia, y comencé a traducir sus temas". Así cogió por primera vez un lápiz para escribir canciones: "Uno empieza por imitación, pero por entonces no sabía nada de música, todo lo que hacía era muy malo". Llegado el momento, resultó más sencillo imitar al Dúo Dinámico que a Tati Valdés: "Recuerdo que se organizó un concurso artístico de otoño en el desaparecido Teatro Capitol. Tuve que decidir entre ir a entrenar o cantar". La decisión que tomó es conocida por todos: "Ese día se acabó el fútbol para mí".

La "simpatía" que generan los mineros

Ninguna de las canciones que han hecho popular a Víctor Manuel la escribió en Mieres: "Cuando me fui a Madrid no sabía nada de música. Había hecho alguna canción, pero muy malas y ninguna se llegó a publicar". Su primer intento como autor lo tituló "Tendré tu amor". El resultado no le dejó satisfecho. Cuando llegó a la capital entendió que tenía que formarse: "Comencé a tomar clases de piano y canto". Los jóvenes actuales lo tienen algo más fácil: "Ahora hay más facilidades. En Mieres por ejemplo hay un conservatorio donde los niños pueden tomar contacto con la música, aunque sea simplemente de una forma lúdica. Antes estabas tú sólo, intentando imitar a los artistas que escuchabas por la radio. Te tenías que buscar tu propio camino sin ayuda, sin formación y sin medios". Ya en Madrid, escribió "El cobarde" o el "Tren de madera". Luego llegarían "El abuelo", "Paxarinos" o "La Romería". "Son canciones que las escribí en Madrid, pero pensando en Mieres, es como si las hubiera hecho en Asturias".

Víctor Manuel asume que no puede cantar en Asturias sin incluir en su repertorio alguno de sus "viejos" temas: "La gente lo demanda y estoy encantado, aunque son canciones que también canto en otros muchos sitios y que tienen muy buena acogida".

Hijo de ferroviario pero nieto de minero, Víctor Manuel ha seguido con atención todo el proceso de reconversión industrial. Las últimas movilizaciones aún las tienen frescas: "Las protestas mineras generan mucha simpatía fuera de la región, ya que transmiten un sentimiento de solidaridad. Por eso la última marcha a Madrid hizo que miles de personas se lanzaran a la calle para mostrar su apoyo a unos jóvenes que peleaban por mantener su duro trabajo". Sobre el futuro de las Cuencas, el cantante es realista y se enfrenta a un estribillo un tanto melancólico, pero abierto a la esperanza: "La Universidad estaba llamada a poner freno a la decadencia. No hemos avanzado como debíamos en el conocimiento, en la formación y en la investigación. Pero tenemos que creer más en nosotros. No somos más tontos que los de California". Para Víctor Manuel es un problema que las Cuencas se enfrenten a "demasiadas urgencias, muchas veces sin medios".

Víctor Manuel vuelve con frecuencia a Mieres. Es habitual verlo en Requejo o en Cenera, paseando con viejos amigos de La Cucaracha. Si tuviera un día complemente libre sabe perfectamente a qué lo dedicaría: "Lo que más me gusta es coger el coche y subir al Picu Seana o marchar hasta San Isidro. No paro de moverme, tratando de abarcarlo todo. Es como si quisiera absorber lo máximo posible en el menor tiempo". Es desde lo alto, desde los montes, desde donde mejor reconoce Mieres: "Es como si volviese a la niñez, ya que parece que todo sigue igual, que nada ha cambiado". Es abajo, en el valle, donde el tiempo ha dejado una huella más profunda. Sus canciones, no obstante, siguen susurrando a las colinas, como el viento, que siempre vuelve. ¿Un último gran concierto en casa? "Es algo en lo que no se piensa, pero una actuación en un pequeño teatro puede ser tan intensa o más que un concierto ante miles de personas".