Está concebida y realizada para los fieles seguidores y admiradores de la figura del fraile franciscano italiano Pio de Pietrelcina, más conocido por el Padre Pío, que fue canonizado por Juan Pablo II el 16 de junio de 2002, en la que se dijo que era la ceremonia de este tipo que más asistentes reunió en la Plaza del Vaticano y de ahí que su visión esté reservada casi exclusivamente a ellos. Es más, el director y guionista José María Zavala no ha tenido más trabajo que el de coordinar y elaborar una voz en off no demasiado enriquecedora y el operador tampoco se ha prodigado mucho en un producto en el que predomina con mucho el material de archivo. De todas formas, el principal y grave inconveniente que, por otra parte, presenta el documental es que a la hora de reflejar la andadura del Padre Pío niega el derecho a expresar su opinión y a exponer sus testimonios a los que niegan la santidad de este fraile que fue elevado a los altares y que protagonizó más de un milagro, además de sufrir los estigmas de Cristo en manos, pies y costados durante 50 años.

Sin embargo, su forma de ser y su carácter, aun siendo para muchos de sus devotos ejemplar y con un considerable magnetismo, le granjeó la enemistad y la persecución del propio Santo Oficio, que lo condenó a ser recluido en un convento durante dos años. No solo eso, se corrió la vez de que tuvo relaciones sexuales con sus hijas espirituales y se convirtió en el enemigo acérrimo de monseñor Pascuale Gagliardi, arzobispo de Manfredonia, que le acusó de utilizar ácido nítrico para provocarse él mismo las heridas. Una historia ciertamente ajetreada que tiene un rigor más que discutible y que está dividida en numerosos capítulos que culminan con su fallecimiento en 1968 y con la exhumación de sus restos, con una cámara que se recrea mostrando con todo detalle su cadáver. Finalmente, la calidad de la película original, en un blanco y negro muy deteriorado, deja bastante que desear. Únicamente las escenas del funeral y de la jornada de beatificación son en color.