Una muestra soberbia y modélica del más reciente cine policiaco nórdico que pone de relieve la calidad y la brillantez del mismo, patente en una película que inmiscuye de lleno al espectador en la trama y que lo mantiene en vilo durante dos horas intensas y angustiosas. Es la cuarta entrega de la serie de libros 'Los casos del Departamento Q', que llega a la pantalla grande tras 'Misericordia' (2013), 'Profanación' (2014) y 'Redención' (2016). No obstante, se trata de la primera que dirige el cineasta Christoffer Boe, que demuestra ser casi un maestro en estas lides de transformar en imágenes la prosa de un novelista prestigioso que ha revolucionado el terreno de la literatura negra. Por eso resulta lamentable que de sus seis largometrajes realizados hasta ahora ninguno se haya estrenado en España. Confirma, por otra parte, el excelente momento que atraviesa esta saga que bebe en las fuentes, sin duda, de 'Millenium', la gran novela de Stieg Larsson.

Sin un solo segundo de tregua y con una realización sin el más mínimo titubeo, el público asiste a toda una encuesta policial que saca a la luz un caso criminal trágico y terrible acaecido en Dinamarca varias décadas anteriores. El punto de partida es el encuentro casual que efectúan dos trabajadores, que al derribar una falsa pared se topan con estupor con una visión alucinante: tres personas momificadas que dan toda la impresión de haber sido asesinadas. El caso, por supuesto, cae en manos de dos detectives, el superintendente Carl Morck y su asistente Assad, que forman parte del Departamento Q. Tienen ante sí un reto muy complicado que encauzan por dos vías, la búsqueda por un lado del inquilino del piso donde se produjo el hallazgo y la localización, por otro, del cuarto individuo que debería estar con las tres víctimas y que ha desaparecido. A través de este comienzo se va perfilando un suceso macabro que tiene que ver con una institución que por razones políticas esterilizaba a mujeres determinadas, discapacitadas y con determinados factores genéticos, con una crueldad inimaginable. Lo que suele decirse que no tiene el más mínimo desperdicio.