Sorprende gratamente porque no es nada frecuente que una directora novata - y la actriz alemana Nina Hoss prácticamente lo es porque solo había dirigido un largometraje, El arquitecto, en 2008 - nos muestre unos personajes con semejante convicción y tan reales. Lo logra, por supuesto, controlando los ingredientes esenciales de la cinta, es decir, la interpretación y el componente dramático, con los que se basta y se sobra para que el espectador conecte con el entorno humano. Son estas cosas las que motivan que las imágenes adquieran a menudo vida propia y no se dejen arrastrar por la fuerza de los tópicos.

Es más, La audición determina, asimismo, que Nina Hoss sabe bien lo que hace y está dotada de virtudes que sobrepasan los niveles propios de una actriz al uso, porque que no hay que olvidar que fue galardonada con la Concha de Plata en el Festival de Sebastián por esta interpretación.

Sería, no obstante, exagerado elogiar en demasía lo que nos ofrecen los fotogramas y omitir que los defectos también aparecen como invitados en la película, concretamente en una parte final en la que surgen de súbito unas patologías complejas y demasiado esquemáticas en alguno de los protagonistas que pueden originar algún tipo de desconcierto. Hasta llegar a ese tramo discutible la trama se va consolidando paulatinamente en varios frentes alrededor de Anna, una profesora de violín que da clases en un instituto con formato de conservatorio. Se encuentra en un momento difícil, ya que se ha impuesto el reto de hacer un gran músico de un compañero de clase de su hijo, algo que otros colegas suyos no contemplan en la misma medida. Y la cosa no queda ahí, dado que Anna, que es esposa de Philippe, mantiene relaciones con un amante. Eso sí, vemos un cúmulo de detalles y circunstancias que encajan bien y que son fruto de la soltura narrativa de la directora.