No supone aportación de peso al cine de terror, ni mucho menos, y tampoco es, precisamente, un dechado de virtudes que haga pasar un buen rato al espectador. Es decir, ni lo uno ni lo otro. Ni cine de terror de serie B ni un producto que sirva de modelo o que acompañe al público. Y lo que es peor, sus dos directores y guionistas, Scott Beck y Bryan Woods, demuestran que saben, en efecto, mucho en el plano teórico, pero no son nada brillantes a la hora de presentar ese aluvión de recursos con todo lujo de detalles al público.

Pues bien, lo primero que hay que observar es que la cinta no sale airosa del reto que se autoimpusieron los cineastas, y tanto en el plano visual como en el de realización las cosas no funcionan y se cae en lo grotesco cuando se busca generar el miedo. Y sí, es cierto que había razones para dar un giro formal estético a la cinta que prodigara el terror, pero se ha optado por un modelo de relato reiterativo, exprimido a tope y sin recursos válidos para interesar. En fin, que al amparo de decisiones erróneas sucede lo peor y el tedio se hace presente por diversos rincones. El relato, por otra parte, es una aportación más, sin imaginación y con poca mordiente, al modelo de cine de terror de Halloween, es decir, subordinado por completo a un argumento que insiste en la visita de un grupo de jóvenes, en este caso seis, a una supuesta casa encantada en la que se les asegura que vivirán una experiencia extrema. A pesar de que algunos son reticentes y tienen miedo, temiendo que se produzca alguna desgracia, finalmente se abren paso por la galería de salas que componen la mansión gótica. Es el momento de que se abra la veda del horror con el desfile de los tarados, los asesinos y las más crueles criaturas, que no tardan en pagar las consecuencias de su osadía. En el fondo, eso sí, nadie puede creer que vaya a pasar algo que no sea el susto de marras. Hasta que comprueban que ahora a cosa va en serio y el horror auténtico, la violencia y la muerte campan a sus anchas.