Hay que contemplarla como un autohomenaje que el director Claude Lelouch ha realizado valiéndose, sobre todo, de la memoria pero también de su pasión por el cine y por mantenerse en activo pasados más de 50 años desde que asombró a propios y extraños con una de las películas más veneradas, aunque también denostadas, de la historia del cine, Un hombre y una mujer, ganadora del Oscar a la mejor cinta extranjera y al mejor guion en 1966, además de hacerse con la Palma de Oro en el certamen de Cannes.

Pues bien, la historia original, que fue escrita por el guionista Pierre Uyterhoeven, ha sido convenientemente reestructurada para que adquiera sentido y, sobre todo, que para que logre despertar todavía las emociones de un auditorio nostálgico. Una tarea en la que han colaborado, asimismo, la ex esposa de Lelouch, la actriz Valerie Perrine, y el director, responsable de la adaptación.

Con estos refuerzos notorios se ha abierto camino, finalmente, a una banda sonora que firma el mismo compositor del largometraje original, el admirado Francis Lai, fallecido en noviembre del pasado año. Así las cosas, no se ha producido, por supuesto, un milagro, pero sí se ha culminado un producto que despierta curiosidad y que provoca agradables sensaciones en el cinéfilo. Este entra en la historia cuando comprobamos que Jean-Louis, que fuera piloto de automóviles pero que vive ahora en una residencia de la tercera edad, se reencuentra con Anne, la mujer de su vida.

En este panorama, la aparición del hijo de Jean Louis es determinante para que vuelva a saltar la chispa entre los dos viejos amantes, una circunstancia que permite al realizador recuperar su habitual sintaxis, con mezcla del color y del blanco y negro y volver a sentir algo de la inspiración que antaño le aportó retazos de gloria.