Calificación: ** Dirección y guion: Brett Pierce y Drew T. Pierce. Fotografía: Conor Murphy. Música: Devin Burrows. Intérpretes: John Paul Howard, Piper Curda, Jamison Jones, Azie Tesfai, Zarah Mahler, Kevin Bigley, Gabriela Quezada Bloomgarden, Richard Ellis, Blane Crockarell. Duración: 95 minutos. País: EE UU. Año: 2020.

Es posible que encuentre un mínimo de respaldo en un sector del público por el hecho de intentar aportar algún factor original a un argumento que no es el habitual, gratuita y mediocre contribución al cine de terror, pero en todo caso es una muestra de limitado valor que no dejará huella alguna en la especialidad. En todo caso, este segundo largometraje de los hermanos Brett y Drew T. Pierce, que habían debutado en la pantalla grande en 2011 con Deadheads, un relato que intentaba sacar partido del filón entonces de moda de los zombies, no está a la altura deseada y no logra, salvo en contadas ocasiones, crear esa angustia y ese miedo que parecía prometer. El mayor hándicap de lo que vemos es que su pretendido terror carece de buena parte de los instrumentos que requería una película que emplea como cebo para destruir al mal de turno a la temible Bruja de los Mil Años. Aunque se intuyen situaciones un tanto macabras y se renuncia de forma deliberada, lo que hay que agradecer, a los sustos de turno, no se recurre a validar el delirius tremens en un desenlace que sorprende por desprender un toque de optimismo.

El eje de la historia está vinculado a Ben, un adolescente que está atravesando una crisis como consecuencia de la dolorosa separación de sus padres, algo que está poniendo en serio riesgo su relación con jóvenes de su edad. Para colmo de males, quien también está haciendo estragos en la zona es el Demonio del Bosque, que se ha instalado en la casa de al lado. Desde esta posición privilegiada y tras tomar posesión de la madre, la criatura empieza un aterrador operativo en el que sus objetivos son los niños. Y en esta tesitura, Ben se lanza en solitario a la peligrosa meta de atrapar al terrible diablo. Sin llegar, desde luego, a crear la atmósfera idónea