Pretende ser una nueva mirada a la figura y al contexto en el que se ha ubicado a uno de los personajes míticos del cine de aventuras, Robin Hood, valiéndose para ello por encima de todo de unos ingredientes, especialmente el vestuario y la recreación de las escenas de acción, ciertamente originales. Se ha hecho, por otra parte, sin modificar demasiado sus señas de identidad, es decir la razón de ser y de actuar de un caballero que roba a los ricos para dárselo a los pobres, que se enfrenta a un villano ilustre, el sheriff de Nottingham, que está explotando a los más necesitados sin ningún pudor, aliado con los poderosos y la Iglesia y que cómo no, vive un romance con la bella Marian. La "operación" es la típica de una cirugía estética que trata de eliminar los defectos pero que, en ese deseo de conseguir los resultados mejores, no puede evitar que a veces las cosas se le vayan de las manos.

Reparando en esta realidad, si algo parece claro es que el director Otto Bathurst no ha superado un factor de peso, su condición de novato en el cine, con una carrera que hasta ahora estaba por completo vinculada a las series de televisión y a los telefilms. Es verdad que cuestiones como la planificación y la solución que se ha dado a las numerosas secuencias de luchas y enfrentamientos rompen toda una tradición cinematográfica al respecto en aras a huir del tópico, pero con eso no basta para que la propuesta seduzca al espectador, más aún cuando la ambientación, pretendidamente realista y con un abuso de los mismos exteriores, y el uso del color y el vestuario contienen aspectos más que discutibles.

Sin olvidar, porque sería injusto hacerlo, que el actor Taron Eggerton no hace olvidar en ningún momento a una relación antológica de nombres que incorporaron a Robin Hood, entre ellos los ilustres Douglas Fairbanks, Errol Flynn, Sean Connery, Kevin Costner y John Cleese, que estén en la memoria de infinidad de aficionados. Mejor está, desde luego, Jamie Foxx en el cometido de Little John, el mentor de Robin.