Mediante una trama distópica demasiado convencional para el asunto que se tiene entre manos, Wally Pfister, conocido por ser el director de fotografía de Christopher Nolan, y su guionista Jack Paglen (también de puesta de largo) se atreven en Transcendence a poner en escena una de las premisas más temibles y atractivas de la nueva ciencia-ficción centrada en la inteligencia artificial: la transcendencia virtual, es decir, la posibilidad de un cerebro de perpetuarse primero en un disco duro, después en la infinitud de internet.

Pese a su tono melodramático y a su algo perezoso desarrollo, Transcendence se interroga por cuestiones que, de un tiempo a esta parte, hemos visto y que vamos a seguir viendo en nuestra cartelera (atención a Lucy, de Luc Besson, y a The Congress, de Ari Folman): el supracerebro, el avatar como último elemento identitario, la hiperconectividad, la multiplicidad de pantallas y el cuerpo en proceso, el cuerpo como devenir.

Decía el filósofo Gilles Deleuze que, en última instancia, «el cerebro es la pantalla». Pues bien, en Transcendence la pantalla es el cerebro del personaje interpretado por Johnny Depp, convertido en un avatar neuronal gracias a un software y que, desde su nueva posición ontológica, desafía toda regla natural y humana. Da miedo, sin lugar a dudas, pero también asustan las razones de quienes luchan contra ello.