La gran ganadora de los Oscar de esta edición, la francesa «The artist» viaja en el tiempo para recordar los años en los que la pantalla dejó de ser muda para empezar a hablar. Una época en la que la Meca del cine fue un lugar de leyenda, donde las estrellas brillaban más que nunca o se apagaban porque la transición al sonoro las fulminó. En aquella apasionante aventura hubo testigos españoles, cineastas que trabajaron en la fábrica de sueños para rodar, en español, películas con las que Hollywood quería conservar el mercado extranjero. El doblaje no existía aún y por eso nacieron las dobles versiones.

Directores, escritores y actores de todo el mundo viajaron a Estados Unidos para filmar obras en los idiomas más importantes. De allí salieron, incluso, estrellas fugaces como Antonio Moreno, y genios como Jardiel Poncela o Edgar Neville se codearon con mitos como Charles Chaplin. En algunos casos se vaciaban los decorados de equipos norteamericanos para ser ocupados por los extranjeros. En otros, se hacían películas originales, no meras copias. Una de las primeras, un 'Drácula' que recogía el testigo del clásico de Tod Browning y que, según algunos expertos, mejoraba el original, fue adaptada por Baltasar Fernández Cue, también conocido como Baltasar Pola. De él se dijo, incluso, que había sido amante de la legendaria Gloria Swanson, que luego haría historia con su declive en 'El crepúsculo de los dioses'. Pola es uno de los emigrantes asturianos que se embarcaron rumbo a lo desconocido para darse a conocer. Sus vidas darían para una película.

Uno de los hombres más notables que se dieron cita en California fue Luis Llaneza, nacido en 1877. Actor, violinista y cantante. Triunfó con la zarzuela y, tras largas estancias en Argentina y Cuba, recaló en NuevaYork, ya como actor, para poner en escena obras de teatro en centros españoles. A principios de 1900 llegó a Hollywood y se ganó la vida en las versiones en español de Hal Roach, la Metro y la Paramount. Expulsado del país por no tener permiso de residencia, aún trabajó en dos películas más de Paramount en los estudios franceses de Joinville y los ingleses de Elstree. El cine español, por el contrario, no le hizo mucho caso. Murió en Madrid en 1956.

En una añeja entrevista concedida a Florentino Hernández Giral en 1935, Llaneza recordaba cómo fue su trabajo con Laurel y Hardy, 'el Gordo y el Flaco', en la película 'Los calaveras'. Eran "completamente opuestos a como en ella aparecen. En el estudio y fuera de él, Stan Laurel, que es un hombre de un talento extraordinario, es el que brilla. Oliver Hardy no es sino su 'partenaire'. Stan escribe los argumentos de las películas, hace el diálogo, idea los trucos y lleva en todo momento la dirección. Él es la máxima autoridad en la producción. A mí me trataron los dos muy bien; los dos, muy correctos y muy simpáticos. Durante los descansos, entre escena y escena, yo les enseñaba palabras españolas, aumentando así el reducido léxico que de nuestro idioma poseían", Hollywood es "una ciudad encantadora" aunque le producía "cierta pena contemplar todos los días, junto al estudio, la enorme fila de extras que esperaban trabajo. En aquella larga hilera había hombres y mujeres de todas las partes del mundo, que soñaban con la gloria del cine. Tras sus rostros, que deseaban aparecer sonrientes, se ocultaba el hambre y la amargura de la lucha". La jornada normal en los estudios era de ocho horas, pero muchas veces se alargaba "hasta doce y catorce". Su marcha fue de todo menos agradable: "Durante mi contrato con la Metro se me extinguió el permiso de permanencia en Estados Unidos, y di con mis huesos en la cárcel de Los Ángeles, por denuncia de un compatriota (...). En América, y esto se lo corroborarán a usted todos los que allí han vivido, no tiene el español otro enemigo que el propio español. Esto es triste, pero es verdad. Así, denunciado por uno, estuve nueve días vistiendo el clásico traje a rayas de los presidiarios norteamericanos y haciendo los oficios más bajos de la prisión, en unión de negros y chinos. Gracias a que la Metro y el cónsul español intervinieron, poniéndome en libertad bajo fianza, hasta que el asunto se arregló". Cuando los estudios de la Metro se vieron «conquistados» por los españoles, «quedó muy quebrantada la disciplina yanqui, tan amiga del orden. Todo era llegar tarde, protestar y murmurar. ¡Con decirle a usted que a un trocito de calle donde salíamos a tomar el sol y a descansar después del trabajo, un zumbón le llamó «la calle de Sevilla!». Llaneza vivía «en una casita que alquilé en Culver City. Allí, yo, que soy cocinero de afición, preparaba banquetes pantagruélicos a algunos compañeros (...)Yo hacía de todo: sopas de ajo a Ernesto Vilches, fabadas a Julio Villarreal, que, como buen asturiano, se perecía por ellas, y hasta pote gallego y menchetas, para los restantes. Cierto día, durante una de las frecuentes comilonas, y sabedores de que yo tenía alcohol en abundancia, se me bebieron dos galones de vino y uno de whisky».

Luis Montes fue actor y decorador. Su vida parece un guión de aventuras. Nacido en Oviedo en 1892, fue amigo y compañero de estudios de Abd el-Krim, futuro caudillo de las cábilas rifeñas y pesadilla de las tropas españolas en la guerra con Marruecos (1921- 1926), durante la cual tuvo un papel destacado como intermediario en busca de la paz. Cambió esos peligrosos aires por la soleada California, donde trabajó como extra en películas de Greta Garbo y Gregory Peck. En 1931 participó en 'Soñadores de gloria'. Dejó su trabajo como actor para incorporarse al equipo de decoradores de la Columbia. Murió en Los Ángeles en 1965.

Manolo Noriega nació en 1880. Emigró a México siendo muy joven, allí se convirtió en uno de los pioneros del cine, hasta el punto de que muchas biografías se refieren a él sin mencionar su origen asturiano. Al explotar la Revolución mexicana emigró a Estados Unidos y en Nueva York, durante un intenso 1915, llevó a escena obras españolas. De regreso a España dirigió películas importantes de la época muda como 'Bajo las nieblas de Asturias', con guión y música de Eduardo Martínez Torner, 'José' o la muy arriesgada 'Madrid en el año 2000', que era una "desaparecida fábula de ciencia ficción en donde la capital de España era un emporio cosmopolita, navegable merced al río Manzanares, un gran canal conectado con el mar por donde transitaban transatlánticos. El público quedó asombrado por los efectos ópticos y maquetas que recrearon un Madrid con playas, que tenía monumentos como el Palacio Real al borde del agua". Noriega volvió a volcarse de nuevo en el teatro y recorrer mundo con su compañía, con una breve parada para trabajar en Hollywood antes de instalarse definitivamente en México, donde obtendría su mayor reconocimiento en una versión de «Pepita Jiménez». Allí murió en 1961, dejando tras de sí más de 200 películas como actor. En Hollywood trabajó junto a estrellas de las versiones en español como Catalina Bárcena, Rosita Moreno, Gilbert Roland o Mona Maris, reunidas en la producción de la Fox «Yo, tú y ella», de 1933.

Figura especialmente destacada fue la de Baltasar Fernández Cue, o Baltasar Pola. Nacido en 1878. Vivió en México hasta que, acusado de incitar a la rebelión, fue deportado a Estados Unidos, donde ejerció como corresponsal en Hollywood de la revista neoyorquina «Cine Mundial». Al iniciarse los rodajes de las versiones españolas fue contratado para traducir y adaptar los diálogos al castellano de películas de la Fox, Warner Bros y la Universal, compañía que le puso al frente de toda la producción hispana en 1930-31. A veces recurrió a otro seudónimo: Gabriel Argüelles. Volvió a España durante la II República. Encarcelado en la Guerra Civil por las

tropas franquistas, acusado de llevar a cabo labores de información para la causa republicana, fue condenado a muerte, pena que sería conmutada por 30 años de cárcel. Tras un calvario por varias prisiones, aprovechó la libertad provisional par embarcar rumbo a Estados Unidos. Murió en Los Ángeles en 1966. Lolo Maya dedicó el libro «Un llanisco en Hollywood » a la vida y obra de Pola, de quien se sabe que fue amigo íntimo de la mítica Gloria Swanson (o amantes, según se rumoreó) y acompañante ocasional de Greta Garbo. Hollywood no le deslumbró: «Apenas llego a la portería comienzo a topar con falsedades. Por el momento se trata de mentiras vivientes: unas cuantas mujeres llamativas, que sólo muestran la parte húmeda de los ojos. Son un manojo de flores marchitas», escribió Pola. Uno de los capítulos más interesantes está dedicado a su artículo «En el camerino de Norma Talmadge», una actriz muy conocida de la época. «La gran artista se mira al espejo y nos muestra plenamente su espalda, se pone las manos en las caderas y sus brazos desnudos parecen las asas de una grácil ánfora. Se habla del estilo. ¿Es, por ventura, español este vestido que tan bien cuadra en la hermosura de la artista? Norma, mientras coge la guitarra y la pega graciosamente a su cintura, habla de las modas, de los estilos, de las adaptaciones. Como buena yanqui, no admite mandatos. A lo sumo, los aprovecha». Escribió un escéptico Pola que «las películas en español gustan si los artistas que trabajan en ellas son buenos. Esto que parece un juicio perogrullesco no lo es. Lo digo ya con una experiencia. Hasta ahora, se cree que una película vale por estar en español. Y no. El público ya no tiene la curiosidad de oír el español en el cine.Ya ha perdido la novedad de lo inédito, y, por tanto, exige más. Tiene para las películas en español las mismas exigencias que para las de inglés. Que estén bien interpretadas y que estén bien habladas».

José Manuel Bada nació en Caravia en 1988 y murió en El Salvador en 1967. Fue redactor de revistas como «Cine Mundial», «Bohemia» y «Diversiones», lo que le abrió las puertas para entrevistar a celebridades como Caruso, Carlos Gardel y Pirandello. Llegó a cartearse con la gran estrella del cine mudo Rodolfo Valentino, a quien le escribió su Tango Valentino. En 1917 fue promotor de la primera película hispana en Estados Unidos, 'El pobrecito Valbuena', dirigida por su paisano Manuel Noriega.

Considerando el atraso y subdesarrollo de los mercados hispanoparlantes, los medios puestos para la realización de estas versiones fueron exiguos y de ínfima calidad. Lo que unido al general desconocimiento en materia cinematográfica de cuantos se desplazaron a los estudios californianos y la inaceptable incongruencia que suponía la sustitución de estrellas con carisma por actores casi desconocidos, cuyo mérito era –y no siempre– el dominio del idioma español motivó la escasa valía de estas películas, calificadas por el historiador García Escudero de «teatro enlatado». Si los esfuerzos fueron, por lo general, baldíos debido a la inadecuación de estos filmes a las verdaderas exigencias de los espectadores a los que iban destinados, otra circunstancia imprevista contribuyó eficazmente a su deficiencia, arrastrando consigo la pérdida de interés por parte del público. Fue la llamada "batalla de la Z". Alimentada por egoísmos personales y pueriles rivalidades nacionales, una desabrida polémica se entabló entre españoles y el resto de hispanoamericanos –sobre todo mexicanos, chilenos, argentinos y cubanos– acerca de cuál era el idioma que convenía adaptar para estas versiones: si el castellano o el español de América. Esta guerra de acentos, iniciada por los mexicanos que eran la mayoría en Hollywood, causó un notable desconcierto entre los productores y técnicos americanos que no sabían a qué carta quedarse y contemplaban con estupor las agrias discusiones que se producían en los estudios, los unos velando la pureza del idioma y los otros defendiendo sus modismos y singularidades fonéticas». El enfrentamiento «terminó con la victoria pírrica de la tesis purista cuando (Edgar) Neville convenció a Irving Thalberg, cerebro de la Metro, para contratar al dramaturgo de prestigio Gregorio Martínez Sierra para que dirimiera aquella controversia»