Opinión

El río Sella, testigo de tantas cosas

Historia de un cauce que cruzaron las centurias romanas, oyó el griterío de los escuadrones árabes y vio en su huida a los hombres del general francés Bonet

Venerable como un buen anciano sabe el Sella tanto por viejo –desde sus eternas corrientes de aguas transparentes– que en la salmodia de su discurrir por montañas y valles pocos acontecimientos pueden aportarle los hombres y mujeres que sean nuevos para él. 

La derivación Salia > Saelia > Sella es actualmente la más aceptada y ya quedó fijada desde los estudios hechos por el arqueólogo, historiador y filólogo alemán Adolf Schulten (1870-1960) tanto en su publicación "Hispania" como en la que lleva por título "Los Cántabros y Astures".

Lo cierto es que muchas veces los pueblos ribereños daban o recibían el nombre de sus ríos, de donde se cree que los Saelenos serían nuestros ancestros muchos siglos atrás. Cuenta el siempre detallista y minucioso Jovellanos en el tomo I de sus famosos "Diarios" que el Sella nace en el puerto de Ventaniella y recoge las aguas del concejo de Sajambre desde Argolivio. 

Menéndez Pidal afirma rotundamente que el Sella nunca fue el Salia y que la reducción Salia-Sella es un imposible fonético. Él exponía que la frontera que separaba a cántabros y astures era el actual río Saja.

De forma que hay muchas suposiciones acumuladas a través de los siglos y, así, en un documento del año 1005 se cita al riachuelo Selia discurriendo por el sitio llamado Saliamen (hoy Sajambre), a su vez en tierras de Riangulo (hoy Riaño). Salia es un término indoeuropeo cuyo significado es "corriente de agua".

En muchos nombres de ríos con frecuencia se esconde la palabra "agua". El Güeña, afluente del Sella, se llamaba Onna (cuya traducción sería "fuente"), y el Dobra –en otro tiempo Dubron– se traduciría por "agua".

Historiadores aseguraron que el río que iba a desembocar en el Cantábrico –cruzando por los Selenos por habitar junta al Sella– era un río que, por consiguiente, atravesaba Vadinia, el actual territorio ocupado por Cangas de Onís y Parres, añadiendo que no eran pocas las veces que los copistas cometían errores en su trabajo, corrompiendo palabras, frases y hasta el sentido total de un texto.

Los romanos estudiaban muy bien los lugares por los que proyectaban sus viales de comunicación y pensaron en Ventaniella como el lugar ideal para su penetración en esta zona, siendo lo más lógico que esa idea se consolidase cuando se proyectó la moderna carretera para unir Asturias y León, pero intereses particulares la desviaron por Oseja, puesto que hace menos de dos siglos los hermanos Díaz Caneja –que habían nacido en Oseja de Sajambre– querían que la carretera pasase por su pueblo natal y, teniendo presente que Ignacio (1769-1856) era el obispo de Oviedo y su hermano Joaquín (1777-1851) ostentaba nada menos que el cargo de ministro de Gracia y Justicia, la carretera se trazó por el dificultoso Pontón y no por Ventaniella que era el camino más lógico a Castilla antes de que la senda del Arcediano se hiciese realidad, posiblemente siguiendo la ruta romana.

Oseja de Sajambre, Ponga, Amieva, Cangas de Onís, Parres y Ribadesella –como principales concejos ribereños del Padre Sella– se asoman a los cerca de 60 kilómetros de su inagotable y enriquecedor discurrir.

Centro de atracción por tantas circunstancias como son el paisaje en el que se enmarca, riqueza piscícola –ahora en crisis–, proximidad a los Picos de Europa, práctica de deportes fluviales y otros. 

Cada año, por estas fechas, los salmones –como saetas de plata viva– hacen presente la metáfora que nos viene a recordar a tantos emigrantes asturianos que cruzaban el mar con la intención de regresar un día al lugar que los vio nacer, teniendo que luchar a contracorriente cuando las circunstancias les eran adversas.

Cuando renace la primavera y se llenan de luz sus aguas, recuerda el Sella el día que lo cruzaron las centurias romanas enviadas por el emperador César; después oyó el griterío de los escuadrones árabes y –pasados los siglos– vio en su huida a los hombres del general francés Bonet.

Mientras, a los labriegos, pescadores y a tantos otros en sus lanchones, los consideró siempre como de la familia.

Y así se acerca sereno hacia la costa, consciente de que debe morir un poco todos los días cuando abraza la ría riosellana, la cual no deja de ser un mar adormecido.