Juicio

El destino de Daniel Sancho se debate ahora entre la cárcel amable de Samui y la despiadada de Bangkok

Disipada la pena de muerte, solo si es condenado a más de 20 años será trasladado a la temible prisión de la capital

Rodolfo Sancho, padre de Daniel Sancho, tras una sesión del juicio.

Rodolfo Sancho, padre de Daniel Sancho, tras una sesión del juicio. / EFE

Adrián Foncillas

Ha concluido el juicio a Daniel Sancho en esta isla del golfo de Tailandia con prístinas aguas y níveas playas, frecuente aroma a marihuana y una saludable convivencia entre rusos y ucranianos escapados de la guerra. No han faltado los contratiempos en cuatro semanas en Koh Samui, algunos rocambolescos, pero las partes se marchan admirando los procedimientos y garantías judiciales de un país tercamente descrito como bananero en las tertulias televisivas españolas.

Desde la óptica informativa se puede hablar de gatillazo. El cerrojo ordenado por el Tribunal Provincial de Koh Samui desde el primer día, sazonado con amenazas de deportación o cárcel a los que filtraran información a la jauría periodística apostada a sus puertas, ha obligado a pergeñar crónicas judiciales con los interesados retales arrojados por las partes. La ausencia de cámaras nos ha privado de escenas descritas como impactantes por los escasos afortunados en la corte: Sancho esposado de pies y manos, vehemente y teatral interpelando a los testigos de la fiscalía, gracias a la prerrogativa del ordenamiento tailandés al acusado.

La pena máxima se aleja

Sobre lo sustancial, sin embargo, no hay dudas: Sancho, presunto chef y esforzado 'youtuber', duerme ahora más tranquilo en su cárcel de Koh Samui. La pena capital o la cadena perpetua, que se daban por descontadas al inicio, parecen haberse disipado del horizonte. Lo promete su eufórica defensa y lo sugiere el fiscal Jeerawat Sawatdichai. La premeditación, frontera entre el asesinato agravado y el homicidio involuntario, no parece haber sido demostrada por la acusación a pesar de que aportó el triple de testigos que la defensa. 

Es paradójico si atendemos al febril acopio de arsenal punzante y cortante de Sancho en las vísperas del desembarco del cirujano colombiano Edwin Arrieta a la vecina isla de Koh Pangán y a sus tozudas confesiones de las primeras semanas. En estos días ha insistido, en cambio, en que repelió una agresión sexual en aquella habitación de hotel y Arrieta se desnucó accidentalmente contra el lavamanos. En su alegato final insistió en la legítima defensa, denunció las triquiñuelas policiales para arrancar sus confesiones, esbozó una disculpa a la familia de la víctima y prometió resarcirla en cuanto pueda.

El galimatías de las traducciones

Fue el colofón a las 12 de las 15 jornadas previstas. Al encogido proceso contribuyeron los cortes de luz en la coqueta sede judicial al pie de un espeso valle, con amenazadoras lipotimias sin el auxilio del aire acondicionado, y el afeitado de la lista de testigos de la defensa. La veintena larga se quedó en siete. No declararon por voluntad propia el padre y célebre actor, Rodolfo Sancho, ni los representantes legales de la familia en Madrid. Fueron desechados otros testigos llamados a acreditar los antecedentes violentos de la víctima porque, según la corte, eran ajenos al caso actual. 

Solo las traducciones han trabado las sesiones. Los presentes describen un desesperante galimatías de tailandés, español e inglés. Sancho fue asistido al principio por una intérprete por videoconferencia, optó después por el inglés para agilizar el proceso y en los últimos días contó con otra traductora más eficaz contratada por la defensa. Su alegato final se alargó hasta 45 minutos porque algunas de sus frases tuvieron que ser traducidas hasta por tres expertos para certificar su exactitud.

El caso está visto para sentencia apenas nueve meses después de la muerte de Arrieta. Los cuatro meses de espera hasta el fallo se explican, otra vez, por las complejas traducciones de los escritos de las partes. Será un final apenas momentáneo porque ambas han prometido recursos si se desatienden sus pretensiones. El umbral de una cierta satisfacción para la defensa se sitúa en los 20 años. Por debajo, Sancho seguirá disfrutando del muay thai y el yoga en la esponjada cárcel de Koh Samui o en la vecina de Surat Thani. Por encima, le espera la capitalina de Bang Kwang, apodada “el gran tigre” por cómo devora a sus inquilinos.

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