Vamos a ver, la Rebe se ha preñado. Así, como suena. La Rebe de Plasencia tiene un bombo. Que se detenga el mundo, que las bragas a euro de los mercadillos extremeños caigan al suelo como lluvia gorda, como granizo de verano. Cuatro está más activa que las carreras por ver de quién es el nuevo presidente de RTVE que, como dicen los periodistas de la casa, refiriéndose a los partidos políticos, no han entendido nada. Cuatro es un hervidero de ideas, todas excelentes, de primera categoría, pura basura.

Acabó Los gipsy king, un formato pensado al milímetro para reírse de las trapisondas de unas cuantas familias de gitanos que exhiben su incultura, su machismo, su racismo, sus prejuicios y su mundo al margen del mundo, y con un gusto estético a años luz de lo que uno entiende por algo tan etéreo como elegancia, y enseguida ha preñado a una de las estrellas de programa tan choni, cani, chichi, y nabo, Rebeca Jiménez, burra, necia, guapa, ególatra y absurda.

Ha nacido El embarazo de la Rebe. Para partirse de risa, para troncharse de estupor, para mear y no echar gota. Que sí, que sí, que la Rebe está embarazada, como cuando te bebes cinco cocacolas, le suelta una amiga de la Rebe a su madre dando chillidos al recibir la noticia, momento que sucede dentro del coche, «paberse matao». Todo suena a falso, preparado, a guion estrambótico, a malos actores, sean los padres, las amistades, la propia Rebe, el propio programa. Otra paya con ínfulas periodísticas, apostando no por la comedia sino por el drama, Samanta Villar, hizo lo mismo con su preñado en la misma cadena. Y también la cagó. Todo está inventado, señoras.