A ver si por mirar mucho lo que tenemos tan cerca se nos escapan otros dolores que de tan anestesiados, ni nos duelen. Se emitió hace días en algunos informativos, en esos en que aún tratan de hacer periodismo. Era la imagen paralizante de un hombre joven con la frente vendada que tocaba la carita de su bebé recién muerto y por cuya naricilla aún salía un hilo de sangre.

He recuperado el vídeo entero, y en él se ven imágenes aún más espeluznantes porque el niño está aún vivo, respirando con fatiga, pero vivo mientras un médico parece gritar de impotencia junto a la madre, que llora tan hondo que ni siquiera se escucha.

Las imágenes se pasan en un programa de la CNN como documento que ilustra una de las últimas crónicas de la periodista americana Marie Colvin, muerta la semana pasada en un bombardeo de los militares sirios. Son imágenes recogidas por una nueva casta de reporteros, los sirios anónimos, de Homs y de otras ciudades masacradas con premeditado trazo, por el régimen de Bachar el Asad, un cuatrero que ha perdido la chaveta. Lo que nos llega de allí es el recuento diario de los muertos, una letanía que ya ni escuece.

Hace dos días 40, ayer 87, hoy 179. Da igual que me invente las cifras, nadie las escucha, apenas un respingo, una mueca de fastidio, no se sabe bien si por la cifra de muertos o por «joder, siempre ponen lo mismo a la hora de la comida».

En el Telediario de Pepa Bueno dieron la información sobre Siria separando los muertos. Primero la de los dos periodistas. Junto a la mentada, la del joven fotógrafo francés Rémi Ochlik, que al ser occidentales, y reporteros, nos sacó del letargo. Luego, los muertos corrientes, los que son un goteo al que estamos acostumbrándonos. Como espectadores gestionamos el dolor de forma preventiva. Para que nos duela menos. Cientos de casas destruidas, gente que huye despavorida, lenguas de fuego saliendo por los edificios, imágenes movidas de teléfonos celulares. Como en Libia. Es decir, ya lo hemos visto.

Yola Berrocal, analista

Claro que todo encaja si apelemos a nuestra condición de espectadores, palabra que resume facetas que hay que unir a la primordial, como votantes, consumidores, ignorantes, ariscos, o resentidos que no entendemos el humor del ministro Cristóbal Montoro cuando dice ahora muy serio que no hay que echar la culpa a nadie de la crisis porque todos somos responsables. Vaya, lo dice justo cuando se destapa la olla de pus del déficit loco en el saloncito de Dolores de Cospedal, que cuando habla ante las cámaras lo hace como un ángel de fuego cuya espada siempre apunta al cuello de «los otros», así que ahora sí que hay que unir esfuerzos. Usted, yo, el vecino. Pero no nos preocupemos, ante realidad tan compleja siempre hay una mente privilegiada que nos explica lo que está pasando.

La cadena de los gatos ultras se preocupa por nosotros como espectadores, como votantes, como consumidores, y al modo del Gran debate de Telecinco de los sábados ella monta el suyo sobre un asunto que jamás se ha tocado, un asunto que está en la calle, una preocupación al máximo nivel, la telebasura. Todas las cadenas la tienen, dice Gonzalo Bans, el presentador al que le ha tocado el muerto esta vez en esa casa para seguir con su guerra contra Antena 3 y Telecinco.

Todas menos la nuestra, matiza raudo el cruzado de esta contienda. Juas, juas. Me orino al escucharlo. ¿Saben la sentencia popular que dice que a nadie le huelen mal sus propios pedos? Pues eso. Para escudriñar el meollo de la telebasura anuncian eminencias de prestigio, entre ellas Yola Berrocal. Quieto todo el mundo. La mujer del seso corto y enormes mamas dio en la diana. La telebasura hace una enorme labor social «porque si no fuera por ella la gente se iría a la calle para protestar contra los políticos que tantas injusticias nos hacen». ¿Qué me dicen? Yo creo que es un análisis impecable.

Salvemos la telebasura

De hecho, ante el niño de Homs, la clientela, el consumidor, el votante, el espectador, está más interesado en la terrible certeza de que Belén Esteban podía haber muerto en su casa, fulminada por una bajada de azúcar, que por la difusa muerte que recorre las calles de Siria. Amantísimos lectores, cuando no es su matrimonio, es su enfermedad. La señora recauchutada ha pasado del pescozón a Zapatero, «a quien no votaré porque mi hermano está en el paro por su culpa», a ser otra indignada contra Rajoy porque «si no es por Fran, mi marido, me hubiera muerto ya que en Paracuellos la ambulancia está guardada». Luego, a lo Carmen Lomana como tertuliana desengañada por engañada, habló de impuestos, de derechos, de posibles dramas futuros a cuenta de los recortes. Aquí lo dijimos un día.

Como las cármenes lomanas se pongan sus bolsos auténticos o de mercadillo por montera, el país será un hervor que, vía telebasura, llegará a todos los rincones del país, a todos sus estratos sociales, y ese sindiós será ingobernable. Es lo que tiene alimentar hasta cebar a los monstruos, que luego reclaman autonomía y se revuelven contra la mano que les dio de comer. Fíjense en el último resabiado. Al grito de estafadores, estafadores, dejó plantada Carlos Navarro, el Yoyas, a La Merche, que apenas pudo reaccionar echando mano de uno de sus gestos de ofendida, cuando el pensador carbonero, de la cuadra de Gran Hermano, desmontó el bonito número de presentar un libro, ejemplo de oxímoron catódico, sobre el lupanar que regenta la señá Mercedes.

Y más. Se anuncia como una auténtica bomba otro oxímoron. Humberto Janeiro, el padre de los jesulines, ha escrito un libro. Con toda la verdad. Ante tan acojonante panorama, el niño de Homs, el exterminio de El Assad, la complicidad china y rusa, la metódica carnicería de los mercados, o las arquitecturas de escape de nuestro Gobierno, nada son. Por eso, Soraya Sáez de Santamaría, avanzadilla de la guerra contra RTVE, grita junto a Yola Berrocal, protejamos la telebasura. Pero la de siempre, no la levantisca y protestona.