Como el milenarismo, el coronavirus ya llegó. El bicho nos despierta, nos da el café, nos acompaña en el potaje, en la merienda, desde luego en la cena y nos lleva a la cama. El coronavirus ya llegó. Sería bueno que no para quedarse. Por mera supervivencia. Y por higiene catódica. Y por quitarnos de vista a un puñado de fantasmones que siempre asoman su pata en estos casos. En Granada, por ejemplo, hay un médico de urgencias salvapatrias que se hace llamar el "hombre espiritual" -él, patético, actúa en redes sociales con su nombre artístico en inglés-, y en vez de prudencia y calma fomenta la alarma. Dijo hace unos días en un vídeo que "tenemos ahora mismo la primera sospecha de coronavirus aquí en España". Lo decía con sonrisita de, joder, qué suerte, voy a ser el primero en decirlo.

Su egolatría está por encima de su irresponsabilidad e imprudencia. El chino no tenía coronavirus, pero el "hombre espiritual" consiguió el protagonismo deseado. Que yo sepa este menda no se ha cortado la lengua para vacunarse ante un impulso futuro. Lo peor es que estas alarmas calan en un público dispuesto a aceptar pulpo como animal de compañía -en política, igual-. Mientras, responsables sanitarios en el otro extremo como Fernando Simón, director del centro que coordina las emergencias de este tipo, no da abasto en saltar de un plató a otro para explicar la situación con datos. ¿Han escuchado la teoría de que el virus se 'fabricó' para que, ya que la política del hijo único no dio resultado, los chinos mueran a cascoporro y su economía sea más competitiva? Me la acabo de inventar, pero lo mismo cuela. El coronavirus ya llegó.