No es conocida, es decir, famosa. Arantxa Torres era, hasta que la humillación del que se cree impune rebosó el vaso de la dignidad, una perfecta desconocida que dijo que ya estaba bien, que hasta aquí he llegado, que esta televisión pública está enferma, que hay que extirpar el mal, que conmigo no cuenten, que dimito, que dejo de editar informaciones que no son veraces porque no son completas porque alguien, el servil de turno, decide que el ciudadano no debe de saber aquello que pueda hacer pupa a quien, confundido como un trompo en un colegio, cree que la tele pública está para eso, para servirle.

Seguro que saben de qué hablo, pero también yo quiero unirme al valiente destacado que merece Arantxa. Y el jefe de informativos del mismo centro, Enrique Pallás, que hace unas horas ha sumado su dimisión por la misma, dolorosa causa. A raíz de la visita del marciano Mariano Rajoy a Alicante, Carmen Martínez Castro, secretaria de Estado de Comunicación, soltó el ya famoso "qué ganas de hacerles un corte de mangas de cojones (a los pensionistas) y decirles, os jodéis".

Como es lógico ese exabrupto de alguien tan cercano al Gobierno es más que noticia, y como tal el centro de TVE en València, en donde Arantxa y Enrique trabajan, lo debería de haber emitido. Pero ni la dirección valenciana ni la madrileña consintieron lo que sí se escuchó en otros canales, cosa obvia. La editora y el jefe de informativos han dimitido. Por dignidad. Quien no ha dimitido es la secretaria de Comunicación ni nadie de la dirección de RTVE, ni en València ni en Madrid, que siguen en sus puestos viendo cómo el castillo se les hunde. Cada día un poco más.