Después de la actuación de Saiz Ramos, bellísimo efebo que llenó con su vuelo el aire del escenario donde se graba ‘Prodigios’ en el auditorio Miguel Delibes de Valladolid, el jurado Nacho Duato -inteligente, sensible, combativo- contó una anécdota personal, de esas que te calan hondo porque desde el principio sabes por dónde va y cuál es el final. Dijo que desde crío le gustó la danza, y que con apenas 12 años, escondiéndose en casa de su padre, ocultaba las mallas para irse a la academia donde, ni que decir hay, era el único chico.

Claro que le decían marica, y el propio padre insistía en que aquel niño tenía que poner voz de tío. ¿Voz de tío?, se preguntaba Nacho, pero si soy un crío, pensaba.

Aquel adolescente que bailaba como quien delinque llegó a levantar teatros de todo el mundo, de Australia a Canadá. Pero su padre apenas lo vio dos o tres veces. Esa espina la lleva clavada el que fuera director de la Compañía Nacional de Danza, y por eso se emocionó tanto con la actuación de su apadrinado, que por cierto, tal como se intuía, resultó ganador de la primera edición de este programa de La 1.

Said Ramos, un bailarín de danza clásica, no sólo ganó ‘Prodigios’ gracias al definitivo apoyo del público sino que, desde crío tuvo el apoyo de sus padres, de papá y de mamá, felices, orgullosos y emocionados por el triunfo de su hijo en un país que sólo ve arte cuando un niño, un hombre, se pone las mallas y baila.

Perdonen que ahora haga un puente, lo cruce, y me instale en los resultados de la noche electoral del 28. Claro triunfo de la izquierda, claro despatarre de la derechita, cobarde o salvaje. Ese triunfo puede ser, debe de ser, el freno que haga que este país no llame marica a un niño que baila danza.