Pillan las cámaras al Cid Braceador bajo el sirimiri gallego con los pelos alborotados y la quijada un poco adelantada por el esfuerzo de su caminata matutina para ver si el más alto político del país tiene opinión sobre la opinión del Consejo de Estado sobre la cosa aquella de un avión que transportaba militares y que se estrelló en unas montañas turcas más lejanas que la madre que las parió y con una neblina del copón, fea e inadecuada para grabar al ministro Trillo como un aguerrido buscador de objetos caros. ¿Qué qué?, dice Mariano Rajoy con el flequillo húmedo pegado a la frente. Que qué opina, que si va a traerse de la oreja a Federico de su retiro dorado como embajador en Reino Unido, y que si les da un poquillo de vergüenza, resumo la pregunta de la reportera. "Mirusté", dice el Braceador como si hablara el Rajoy de José Mota, no sabía nada, pero es que da igual porque eso ya está sustanciado y, además, que eso ocurrió hace muchísimos años.

¿Muchísimos años? En 2003, y murieron 62 españoles, un dolor que aún perdura para sus familiares. Curra Ripollés, presidente de la Asociación de familiares del Yak-42, le responde que cada día se estrella el dichoso aparato en sus casas. ¿Muchos años? Ni con Aznar tuvieron consuelo ni tampoco con el PP y el Gobierno de hoy. Veo al Trillo más enfático y chulesco, como ofendido, diciendo que no hubo tantos errores como se decía en una imágenes de aquellos años que hoy te revuelven las tripas porque la cosa, el rollo y la muerte, los familiares y su pesadez, los medios y su morbo, las ganas de remover la historia y esas mamandurrias están sustanciadas en los tribunales y en las urnas, coño, que no os enteráis, «tontolpijo», piensa el British cartagenero rascándose los huevos.